Quotidiano argentino dedica articolo alla Repubblica di San Marino

San Marino, un micro estado de torres y castillos

El país más pequeño de Europa en tercer lugar es una república enclavada dentro de Italia; de apenas 61 km2, está a otros pocos kilómetros del mar Adrático; el centro histórico y el Monte Titano son Patrimonio Mundial de Unesco

SEGUIR  María Fernanda Lago  LA NACION  Domingo 04 de octubre de 2015
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Un nene corre sobre al agua dentro de una pelota transparente. Está en una pileta rodeado por una plaza, un puesto de helados y abuelos sentados a la sombra. El termómetro marca 30 grados. El nene se detiene y mira hacia arriba, está en otro sitio aunque esté en ese mismo lugar. Algo así como San Marino e Italia.

San Marino es el tercer país más pequeño de Europa, después del Vaticano y Mónaco. Es una república de 61 kilómetros cuadrados, y al igual que la Santa Sede queda dentro de Italia. No tiene mar, picos nevados, ni una oferta cultural variada, pero alguna de estas opciones andan cerca. Por ejemplo, Rimini, la costa italiana sobre el mar Adriático está a 24 kilómetros; o la ciudad de Florencia a 200 kilómetros.

En el aire

La ciudad de San Marino es la capital del Estado y entre los restos de muro que zigzaguean por el Monte Titano está todo su atractivo, protegido por la Unesco. Si se piensa al país como un edificio ésta sería su terraza, a 750 metros de altura.

Aunque trate de guiarme con el mapa del casco histórico, el recorrido se hace como sale. Caminos que se bifurcan, suben, bajan y se cruzan entre tiendas de recuerdos, heladerías, ópticas, y algunos bares con mesas en las veredas.

Como digna ciudad mirador, la distracción del paseo es su vista panorámica. Dicen que cuando el cielo está despejado se puede ver la costa de Croacia. Hoy no se ve. Hay sol con niebla y los techos color ladrillo resaltan a lo lejos entre campos de San Marino o Italia; difícil precisar porque el límite entre ambos países es transparente como las paredes de una burbuja.

Si uno pudiera tener ojos en la espalda, éste sería el mejor lugar para usarlos. Así, mientras mira las ciudades que parecen una maqueta junto a la costa adriática, sigue el camino hacia la torre principal.

En verdad no hay una, sino tres torres, al igual que en el escudo de la bandera sanmarinense, blanca y celeste. El blanco por la paz y el celeste por la libertad. De las tres rocas (también se las llama así) se pueden visitar la primera y la segunda, que están a unos 400 metros una de la otra. La tercera, alejada en un parque natural, está cerrada al público.

A pasos de la primera fortaleza, la bruma le da una pizca de misterio al paisaje. Por un momento da la sensación de llegar a la torre del cuento de las habichuelas mágicas. Voy despacio como si temiera despertar al gigante que duerme con la gallina de los huevos de oro, hasta que un grupo de turistas se adelanta a todo barullo para entrar a la Guaita o Rocca Maggiore.

Este antiguo fuerte militar anterior al siglo XI servía para defender el territorio. Desde finales del siglo XVIII hasta 1975 también funcionó como prisión. Hoy es posible visitar las cárceles, al igual que la capilla de Santa Bárbara, patrona de los artilleros, y la torre de la campana desde donde se ven los montes Apeninos.

Para llegar a Cesta o Fratta, la segunda fortificación, hay que volver a cruzar Porta della Fratta; de haber sabido antes empezaba por ésa. La niebla pareciera borrar el camino de piedra, pero el movimiento de gente marca la dirección correcta. A 756 metros de altura y sobre un barranco con vista al mar, la torre que funcionaba en el siglo XIII como centro de observación, hoy tiene un espacio abierto para el museo de armas antiguas.

Ambas torres están abiertas de lunes a viernes, de 9 a 17, y los fines de semana hasta las 18. El boleto para entrar a las dos cuesta 4,5 euros.

Hacer camino al andar

Los puntos de la ciudad que tienen las mejores vistas son Guaita, Cesta y el Cantone, una especie de balcón que atrae a todos los que quieren la foto con el paisaje infinito atrás.

Antes de seguir hasta el Cantone, que está cerca de la Porta della Rupe (una de las puertas de la muralla) veo, por la calle Salita alla Rocca, un bar con baranda hacia el precipicio. El lugar es ideal para sentirle el gusto al vértigo y a la cocina sanmarinense que tiene una fuerte influencia de la gastronomía italiana. Por supuesto el menú está lleno de fotos de pizzas, pastas, un moscato para acompañar, y olvidarse de las dietas.

Aunque no es hora de cenar, las fotos de ravioli, tagliatelle, y cappelletti tientan. Sigo derecho a los dulces y elijo una porción de bustrengo, una torta húmeda con frutos secos, que es típica de navidad, pero acá se come todo el año. Si bien San Marino es un microestado que no pertenece a la Unión Europea, mantiene acuerdos económicos, por eso en todos los negocios y restaurantes se paga con euros.

Una música suave se escucha en dirección al palacio público. Sigo camino hasta la plaza de la libertad, y frente al edificio administrativo encuentro una orquesta de jóvenes. La gente que se amontona alrededor de la plaza aplaude el final de un tema de Frank Sinatra, mientras el director anuncia el próximo tema: No llores por mí Argentina. Los instrumentos de viento tocan las primeras estrofas y una brisa fresca endurece la piel emocionada.

El palacio público es la sede de las ceremonias oficiales. Si bien el edificio se construyó entre los siglos XIV y XV, la restauración que le dio su actual aspecto neogótico es de 1894. Los cambios de guardia se hacen de mayo a septiembre, entre las 9.30 y las 17.30, con relevos cada 60 minutos.

Al lado del ayuntamiento hay un paredón con la inscripción Cava dei Balestrieri. Hacia abajo se puede ver una escalinata que termina en un jardín con pasarelas de piedra. Estaría vacía si no fuera por el hombre que corta el pasto, mientras unos chicos que pasan camino al Cantone se asoman a mirar como si fuera la fosa del oso pardo.

La cantera se abrió en el siglo XIX para extraer piedra que se utilizó en la restauración del palacio público. Actualmente es el centro de las jornadas medievales que se festejan cada año, entre los últimos días de julio o primeros de agosto. Son cuatro días en que la ciudad de San Marino retrocede a la edad media. Se organizan shows con tambores, gaitas y bailes típicos, la gente viste trajes de época, y la cantera se ilumina con antorchas y velas que recrean el ambiente de tiempos pasados.

A pocos metros de la cava, el camino hace una curva que termina en el Cantone o gran rincón, uno de los puntos panorámicos más lindos. Alrededor de una hilera de binoculares se juntan los curiosos que pagan por ver (apenas más de cerca) los campos que parecen dibujados en diferentes tonos de verde.

En un costado está la estación del funicular, que funciona de 7.50 a 19, y baja hasta el distrito Borgo Maggiore. Subirse a uno de los últimos viajes tiene el plus de una vista que desciende con el atardecer. El boleto de ida cuesta 2,80, para ida y vuelta 4,50 euros. Me subo a la cabina, la puerta se cierra y apaga el sonido del viento. Se siente el vacío, como si estuviera adentro de una cápsula suspendida en el aire, y despacio bajo.

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